2 - Retrospectiva historica

 
 
 

En el capitulo anterior, he mencionado a los emigrantes que vinieron a nuestra tierra para forjar fortuna y hogares. En lo señalado primeramente, salvo excepciones, no se concretaron al menos de manera lícita. Esto es, a puro trabajo. En este capitulo comenzaré como es lógico, por el principio hasta llegar a este caos que hoy tenemos que vivir, tanto quien se queda, como quien se va.

    Antes de la colonización española, las tribus indígenas existentes en este territorio, Charrúas, Chanás, Guenoás, etc. si bien tenían delimitados sus respectivos territorios, es sabido que con el cometido de cazar y pescar eran nómades, practicando entonces una suerte de emigración interna. Esta a nivel global siempre existió. Se puso en práctica en diferentes épocas y estados de conformación. Las tribus no tenían un punto fijo donde quedarse, debido a la razón anteriormente indicada. No había problema económico, pero es como si lo hubiese, ya que se buscaba el alimento. Haciendo un paralelismo vemos que se persigue en esencia el mismo fin que en la actualidad; encontrar un hábitat que diera cierta seguridad a la hora de la sobre vivencia.

    Tras la llegada de los colonizadores, y siempre hablando desde el punto de nuestro suelo, no solo se acentuó la emigración interna de las tribus indígenas, sino que ello obedeció al hecho de ser perseguidos y posteriormente aniquilados, como expresa la historia. Basándonos en ella, se puede comprobar que ello era una constante en Europa durante diferentes épocas. La emigración a lo largo de la historia, es un fenómeno que se podría catalogar de común.

    Nuestra propia historia marca esto de diversas manifestaciones, una de ellas ya expresada líneas arriba, mientras que otra de mayor trascendencia la constituyó el éxodo del pueblo oriental, que condujo como es sabido, a Artigas al exilio junto con otros nativos. Era obviamente la primera vez que los Uruguayos debieron emigrar por razones políticas. La historia de esa manera, conducía a una especie de presagio en torno a este tema. No voy a analizar el hondo contenido histórico que ello tiene. Si me permito destacar el hecho como un primer capitulo de nosotros mismos en el intrínseco camino hacia futuros éxodos emigratorios que se debieron (y se deben) enfrentar.

    Ello conllevó de igual modo, al comienzo o inicio del proceso de exilio no solo de Artigas, sino de otros nativos de estas tierras. De manera igualitaria, en el proceso de emigración, y por ser un anexo a este, en lo que refiere a exilio está pautado en dos conceptos: exilio político y exilio económico. Pocas veces se inserta el exilio social, por ser o estar anexado (valga la redundancia) al factor económico. Tenemos bien en claro pues, que el éxodo del pueblo oriental se convirtió en la primera masificación de “viajeros” forzados que se produjo aquí.

    Se iniciaba de esta forma, el proceso de emigración forzada para nuestros antepasados. Y precisamente, vamos a ver el concepto de emigración desde el punto de vista académico, para lo cual busqué lo que significa dicha palabra en el diccionario. He aquí el resultado:

 

1 f. Acción de emigrar.

2 Conjunto de emigrantes

 

    Si ponemos brevemente atención en estas dos definiciones, encontramos en la primera el ímpetu de encarar un hecho poco agradable obviamente, pero que, por diversas razones se debe hacer. La acción, el actuar en el momento necesario y contundente, enmarcan el contexto de búsqueda de nuevos horizontes, de nuevas perspectivas generadoras. La acción por si misma es enfrentarse a lo desconocido. Es luchar por conseguir lo anhelado, y que en nuestro lugar de origen no lo hallamos, y fuera de él ponemos todo nuestro tesón, todas nuestras fuerzas por lograr conseguirlo. El emigrante, más allá de la esencia definitoria extraída del diccionario, es un verdadero ser activo. Necesita de esa acción para no solo alcanzar lo que se ha propuesto, sino para no caer en los niveles de la desesperación y angustia que conllevan el no estar o hallarse en su tierra, y que, por consiguiente en un estadio depresivo.

    En la segunda definición se observa que la conjunción de emigrantes se hace necesaria, precisamente para no sumergirse en lo expresado anteriormente. Los emigrantes se buscan entre si, se hallan, y es ahí donde se produce una depuración que atiende a definir tanto las “amistades”, como el modo de ser, de convivir en cierto grado con ese cúmulo. Se acercan entre si por el hecho ineludible de la añoranza. Pareciese que estando o formando un conjunto, la patria está más cerca de uno. El conjunto de emigrantes se sostiene dentro de sus propias bases. Existen códigos prefijados en los cuales se enmarca el respeto. Si este se pierde, de una forma o de otra se expulsa al integrante (sea grupo familiar o no) mediante el aislamiento. Es posible pensar en el daño Psicológico que emana de este proceder. Tengamos en cuenta que las sociedades se han estructurado no solo como instrumento representativo de un país, de una nación, o incluso de civilizaciones, sino como herramienta de unidad entre los seres. Por lo tanto, al excluirse a un integrante, este llega (o puede llegar) a convertirse en un paria. La añoranza aflora, y se torna incontrolable la sintomatología antes aludida.

    Debo expresar que de lo que pretendía ser, y de hecho lo es, las definiciones extraídas de un diccionario acerca del término “Emigración”, me indujo a analizar cada una de ellas desde el punto que me ocupa en este libro. Hecha la aclaración, si cabe decirlo así, proseguiré desglosando esta temática.

    Una vez independizado nuestro país, y entre 1870 – 1890 se produjo una fuerte e importante oleada de contingente inmigratorio, lo cual hizo crecer diversos sectores del país, produciendo y originando diversas fuentes de trabajo que indujo no solo a dar la posibilidad neta y clara de que los criollos tuviesen posibilidades de concretar trabajos de diferente índole y característica, marcando un considerable aumento en el orden de estabilidad y bienestar social, sino que a la vez, ese panorama hacía más atrayente el mercado laboral para otros emigrantes.

    De esta manera, se iba consustanciando el medio laboral y social, dando forma a una joven nación cimentada en las bases y en los baluartes de un proceso de influencia extranjera por excelencia, pese a lo cual se pudo oportunamente desarrollar y dar forma a la identidad propia, que con el devenir del tiempo, y a causa de múltiples  factores, siendo precisamente uno de ellos la emigración, se ha ido disgregando, disociando del área cultural tanto la identidad propiamente dicha, como la idiosincrasia. Es obvio decir que tras esta disolución, se creo un severo conflicto que trajo aparejado el debacle en el entorno y sentido cultural. Ello tuvo su comienzo en la primera parte de la década de 1950, y sobre lo cual ahondaré oportunamente.

    Esas bases a las cuales aludía líneas arriba, promovieron y procrearon un clima de orden en el sentido más amplio del concepto. Mediante ellas se fue edificando nuestra nación, moldeándose todo el contorno socio – económico y sus colaterales efectos y factores.

    Entre ellos se encuentra el de la natalidad. Uruguay nunca revistió un importante índice en dicha área, ni aún en la época de mayor confluyente inmigratorio. Sin embargo, se puede apreciar que al inicio del siglo pasado, el incremento poblacional fue significativo. En el citado periodo, las familias numerosas se convirtieron en algo diríamos tradicional dentro del contexto social. Precisamente esta hacía gala y ostentación de contener numerosos integrantes dentro de ella. El bienestar social a que hacía referencia oportunamente, privilegiaba el hecho de mantener de manera equitativa a sus integrantes.

    Desde el punto de vista de la natalidad, en esos años era igualitario en las diversas capas sociales. Todas constituían y poseían un importante número de integrantes. Sin embargo, como queda dicho y lo reiteraremos más adelante, nunca fuimos un país con alto índice de natalidad, con lo cual se llega a un punto de agravamiento al centralizar nuestra atención en el aspecto emigratorio, y asimismo en lo concerniente a la despoblación del país. Se da una ecuación matemática irrefutable para esta temática: menor índice de natalidad igual menor índice poblacional igual menor cantidad de habitantes igual más cantidad de territorio vacío. Las hectáreas de campo que durante el proceso colonizador, se otorgó a quienes deseaban poblar nuestro territorio quedaron desérticas al no llevar adelante y de forma oportuna, una política acorde a esas necesidades y requerimientos del país, que se hacia verdaderamente necesaria a fin de no estancar a la sociedad y a la nación en si misma en un proceso paupérrimo de carencia obedecida a la falta de pobladores que revitalizaran el engranaje socio – económico que conforma el esquema de toda nación.

    El proceso en si, deriva en la temática que estamos desglosando. Es decir, al no verificarse un contingente potente que hubiera aunado esfuerzos para llevar adelante la solidificación estructural en materia de índices poblacionales, se cae de manera indefectible más allá de los demás factores que se analizarán, en un motivo más de emigración. Primero, fue la interna, luego la externa. Dicho contingente debería haber efectuado un profundo proceso económico a fin de frenar literalmente la emigración. Es cierto que quienes vinieron lo hicieron con el cometido de ganar dinero, de “hacer la América”. Pero en la mayoría de los casos no lograron llevar a cabo la materialización de su ideario. El campo, fuente de nuestras principales riquezas, quedó desde temprano en el tiempo, deshabitado. La capital del país era mucho más promisoria. Se forjó un minúsculo imperio de fábricas y comercios. A mediados de 1930, y tras el crac económico de EE.UU. y la posibilidad fehaciente y real de una nueva guerra mundial, se concretó una nueva oleada de emigrantes Europeos fundamentalmente hacia Uruguay. El objetivo casi exclusivo en nuestro país era Montevideo. Muy pocos pues, se afincaban en el Interior.

    Tenemos así una visión analógica del fenómeno migratorio, que (reitero) fue la base estructural de nuestra identidad. Para ahondar más en el tema, y a la vez redondearlo, se inserta parte de un artículo del diario El Observador que he dividido en varias partes, del cual en primer término se extrae lo siguiente, concretando lo que se puede decir como historia de la migración, y concomitantemente, como historia de nuestra nación. Es importante y necesario hacer notar, que se aprecia alguna contradicción entre lo expresado por el articulista y por mi. Es ahí también donde entra en juego el rol de las opiniones. Más allá de ello, aquí lo verdaderamente importante es mostrarle a usted estimado lector, la estructura sobre la cual se forjó nuestro país, y luego tomar todos esos datos para trasladarnos hacia el punto o eje central de este libro; la emigración.

    No he insertado aún el referido artículo, pues me he ido por las ramas en consideraciones que he creído oportunas y necesarias realizar. Aprovecho para decir que nuestra historia no se enmarca solo en los hechos de esa característica. Es obvio decir que sin actores no se puede llevar a cabo ninguna obra. En este caso, ello se transfiere al emigrante que vino aquí. Sin él evidentemente, no se podía haber consolidado Uruguay como país, como nación soberana. Todo el peso de esta responsabilidad la tiene ese ser humilde pero arrogante, pues para consolidar una novel nación, es preciso poseer cierta arrogancia a fin de luchar por lo que se necesita. Sencillo, austero, inteligente para sortear mil y una dificultades a fin de llegar, de conseguir esa meta como veremos más adelante en un breve pero certero cuento referido a ese ser, a esa figura sobre la cual mucho se ha escrito, y que aquí por un contexto introductorio debo referirme con la mayor prolijidad.

    Ciertamente no me pensaba tratar tanto este aspecto, ya que lo que deseo realmente desde este libro es reflejar las vivencias de nuestros propios emigrantes que cada día son más lamentablemente. Pero el contexto así lo requiere. Por lo tanto, veamos ahora si el texto del articulo aludido anteriormente.

 

 

    “De acuerdo con las estimaciones de 1830, el Uruguay accede a la vida independiente con aproximadamente 74.000 habitantes. Para tener una idea si se quiere simplista, esa cantidad representa la que habitualmente concurre a presenciar un partido de fútbol en el Estadio Centenario.

La población inicial era una mezcla de diferentes contingentes: Españoles colonizadores, negros esclavos, portugueses y brasileños incapaces de reconocer frontera alguna, descendientes indios tapes y tupí-guaraníes provenientes de la disolución de las Misiones Jesuíticas, tribus indígenas que poblaban el vasto "hinterland" que arranca en Río Grande del Sur e incluye Corrientes y Entre Ríos mulatos, mestizos y zambos.

    El "territorio vacío" convocaba a corrientes migratorias que aparecían asociadas al desarrollo del capitalismo naciente, y otras generadas por conflictos nacionales o religiosos.

    Canarios, vascos, gallegos, castellanos, navarros y catalanes aparecen con más o menos fuerza en los contingentes migratorios iniciales. Ingleses, franceses, vascos franceses, alemanes e italianos comienzan a nombrarse desde el comienzo de la vida independiente. Pero serán especialmente algunas regiones de España primero e Italia después las que proveerán el contingente demográficamente más importante y que permitirá al país recuperarse de la "catástrofe demográfica" que implicó la Guerra Grande:

132.000 habitantes, aproximadamente, había registrado el Censo de 1860 apenas un 3% más que en 1835.

    Finalizada la Guerra Grande, el crecimiento migratorio tiene una alta incidencia en la dinámica demográfica. La población pasa de 132.000 a 223.000 habitantes en 1856, 329.000 en 1869, y alcanza 552.000 en 1884, incrementos difíciles de obtener si solamente se hubiera contado con el crecimiento vegetativo.

 Sin embargo, desde allí en adelante, el crecimiento migratorio tuvo un peso decreciente y, desde 1890, la incidencia de la inmigración fue muy escasa. Sin embargo, conviene subrayar que a esa escasa incidencia demográfica se contrapone una importante influencia social, económica, política y cultural.

Las estimaciones sobre el aporte inmigratorio al crecimiento demográfico del país han sido controvertidas desde principios del siglo XX. Aun cuando muchos autores subrayan su importancia, desde la década de los 50 existen estudios concluyentes que indican que las estadísticas tradicionales sobrestimaron significativamente el aporte inmigratorio, confundiendo el movimiento de pasajeros en el puerto -a menudo mal registrado-, con una efectiva radicación en el país.

    Los hechos indican con claridad que muchos de los inmigrantes entrados al país por el puerto siguieron luego su camino hacia destinos percibidos como más promisorios. Sin embargo, desde el año 1870 en adelante, fueron esencialmente inmigrantes los que estuvieron en la base de la modernización de la ganadería, así como también inmigrantes fueron los principales protagonistas del desarrollo agrícola en el sur y el sudoeste del país. Del mismo modo, casi únicamente inmigrantes conformaron a fines del siglo XIX el nuevo empresariado industrial y quienes cumplieron un papel decisivo en la creación de las organizaciones sindicales.

    Probablemente, un estudio detenido de la formación del claustro universitario confirmaría que fueron inmigrantes o hijos de inmigrantes los que proveyeron las primeras cátedras en aquellas facultades de orientación científica.

    Estudios recientes sobre gallegos, ingleses, catalanes, andaluces, suizos, vascos, italianos, alemanes, franceses, armenios, griegos, judíos, libaneses y japoneses demuestran el aporte de diferentes contingentes de inmigrantes en la conformación de la sociedad nacional. Las colectividades de inmigrantes difieren de manera significativa por su importancia demográfica, y, adicionalmente, según el período en el que se concentra su migración. Una distinción interesante puede establecerse entre aquellas corrientes migratorias verificadas en el siglo pasado y otras predominantes en el siglo XX.

   Las primeras, fuertemente consolidadas, han tendido a mezclarse con la comunidad nacional y, aun cuando mantienen configuraciones institucionales propias, sus principales instituciones se dirigen al conjunto de la población del país sin distinción de origen.

   Los inmigrantes llegados al Uruguay en el siglo XX, en cambio, sin perjuicio de su inserción, tienden a experimentar menores niveles de asimilación. Algunas colectividades se mantuvieron en fuerte aislamiento, creando pequeñas sociedades en las que pudieron mantener sus valores rasgos culturales. Otras, por el contrario, han optado por una inserción más abierta, tanto económica como social. Por ejemplo, armenios, libaneses, griegos, judíos y japoneses protagonizaron procesos sistemáticos de movilidad social ascendente a lo largo de dos o tres generaciones, que los llevaron a integrar rápidamente los estratos sociales medios altos y altos de la sociedad uruguaya.

    La población uruguaya se constituye esencialmente a partir del aporte de grupos inmigrantes. Son canarios, vascos o gallegos los primeros contingentes de españoles venidos al país, que se mezclan tempranamente con franceses, vascos franceses, descendientes de unos pocos guaraníes y negros. Así, los inmigrantes formaron el núcleo básico poblacional que, desde 1850 hasta 1950, habría de enriquecerse por el aporte de nuevos contingentes migratorios: ingleses, italianos, alemanes, libaneses, judíos, armenios, griegos y brasileños.

    En términos demográficos, sin embargo, sería erróneo considerar al Uruguay como un país que tuvo alta capacidad de captar contingentes migratorios. Los estudios disponibles muestran, por el contrario, que, aunque muchísimos inmigrantes llegaron a sus playas, el país tuvo escasa capacidad de retenerlos, y muchos de ellos siguieron su camino hacia Argentina o regresaron a su lugar de origen. A diferencia de la República Argentina, donde la inmigración fue la base de la expansión demográfica, en el caso uruguayo, desde 1895 en adelante, el crecimiento migratorio casi nunca dio cuenta de más del 5% del crecimiento total.

 

    Las causas de este fenómeno también son fáciles de entender. Mientras en Argentina, aquietados los conflictos interiores, una elite extraordinariamente lúcida -Alberdi, Sarmiento y Roca- llevaba adelante una política de "expansión de la frontera interna" en un contexto de franca estabilidad política y consolidación de la "sociedad civil", en el Uruguay, los gobiernos militares, básicamente orientados hacia la consolidación de la propiedad agropecuaria mediante el "alambrado de los campos", postergaban los conflictos interiores que recién habrían de saldarse en el año 1904.

    Así, desde fines del siglo XIX, el aporte migratorio en el Uruguay pasa a ser demográficamente irrelevante. De esa irrelevancia demográfica no se infiere, sin embargo, una falta de relevancia social. De hecho, en una sociedad "criolla" muy tradicional y tempranamente ligada al control del aparato estatal como fuente de supervivencia, los inmigrantes fueron los únicos que aportaron algún grado de innovación a la sociedad naciente.

    De hecho, lideraron la modernización del medio rural, el nacimiento de las empresas urbanas, la aparición de las profesiones universitarias y la propia modernización del aparato estatal. Integrados algunos al Partido Nacional y la mayoría al Partido Colorado, muchos de ellos tuvieron un rol preponderante en la creación del Estado moderno, desde la primera presidencia de Batlle y Ordóñez en adelante. Sin embargo, desde el punto de vista demográfico, aun cuando fueron indispensables en la creación del núcleo poblacional básico, fueron prácticamente irrelevantes en las fases de crecimiento”.

    Sin duda que en algo coincido con el articulista, quien si bien no lo ha dicho abiertamente, en Argentina (y añado, Chile) se tenía mayores perspectivas que aquí. Pese a ello, se dio, se creo esa corriente migratoria. Y las pruebas son claras, son contundentes me permito decir con certeza, pues de no haber corriente migratoria ciertamente no se hubiesen formado entidades o clubes sociales que responden a ese segmento de la población.

    A través de los años se ha ido produciendo o gestando, un elemento no menos importante, y básicamente atrayente tanto para estudiosos del tema, como para quienes conformamos el espectro de quienes no conocemos en profundidad el mismo. Quizás ahora se estudie en Liceos, pero hay un vació para muchos de nosotros. Me refiero al desarrollo de la población. Según los modelos estructurales de quienes van conformando una sociedad, así se van dando precisamente las pautas culturales de la nación en su conjunto. Cuando una nación se funda, muchos roles entran en juego con el propósito, entre otros, de dar una identidad, una idiosincrasia autentica y casi de exclusiva propiedad de sus fundadores. Obviamente que Uruguay no escapó a esa regla. Lamentablemente, con el devenir de las sucesivas etapas emigratorias, nuestra identidad no se ha esfumado, sino que también ha emigrado y sufrido transformaciones y mutaciones.

    Como veremos más adelante, estas se consolidan a través de los grupos emigratorios, pues si bien muchos Uruguayos residen en el suelo de sus padres o abuelos (España, Italia,) modelos creadores de la nuestra, nosotros hemos conformado una bien nuestra, bien basamentada en nuestras costumbres que se conformaron hace poco tiempo. Esa identidad no es otra que la tan mentada Uruguayes.

    Si bien por un lado la estamos “perdiendo”, por otro se está afianzando de manera profunda. Es a través de quienes emigran que se logra este fenómeno de expansión. Tanto es así, que gran cantidad de Uruguayos les enseñan o hacen recordar a sus hijos, la manera de ser, de actuar, los lugares, las costumbres de los Uruguayos, valga la redundancia.

    Tal como queda dicho entonces, nuestra población se desarrolló como tal, y presentó características por demás interesantes. En si, todo desarrollo resulta interesante, pero en nuestro caso más dada esa cambiante estructuración de las diferentes fases. Es cierto que tenemos una amplia similitud a nivel Latino Americano en las últimas tres décadas y media, pero desde la perspectiva social éramos reacios a los cambios. En ese conservadurismo tan propio, nos costaba salir de fronteras, por que en si representa un cambio, algo a lo cual no estabamos acostumbrados, pese a tener dentro del núcleo familiar, la experiencia de nuestros padres y abuelos.

    Cuando comencé este libro, y de hecho está en las primeras paginas, expresé que comúnmente esta temática sobre migración – emigración se trata principalmente desde la perspectiva porcentual y numérica, diciendo que aquí los números escasearían. Es cierto. Pero también lo es el hecho de que muchas veces son imprescindibles a fin de analizar algún aspecto del tema. Precisamente, para ver y redondear lo referente al modo en que se desarrolló nuestra población, y de hecho nuestra sociedad, debemos recurrir a datos porcentuales extraídos del artículo de El Observador.

   

    “De acuerdo a los resultados preliminares del Censo de Población y Vivienda de mayo de 1996, Uruguay disponía en esa fecha de aproximadamente 3.151.662 habitantes: un 6,7% más que en 1985 y un 21,5% más que en 1963, o sea, apenas el doble de la población que se había registrado casi noventa años antes, cuando, en 1908, el país llevó a cabo el primer recuento censal del siglo XX.

    Entre 1908 y 1963 se carece de recuentos censales, pero, a partir de este último año, la frecuencia de los censos y la información de "estadísticas vitales" -natalidad y mortalidad- permiten tener un panorama bastante claro de la evolución de la población.

    Antes de 1908 sólo se hicieron censos nacionales en 1852 y 1860, pero existen más que razonables dudas sobre la calidad de los datos. De esta forma, bien puede decirse que es recién a partir de 1963 que el país dispone de información demográfica generalmente aceptada como válida: hasta esta fecha, para reconstruir la evolución se depende en buena medida de estudios e investigaciones realizados por diferentes expertos, que, en lo que refiere al siglo XIX, son eminentemente controvertibles.

    De todas formas, existe amplia coincidencia sobre las claves de la evolución demográfica nacional. Con un territorio "vacío" en sus orígenes, sin asentamientos significativos de indígenas sedentarios, el país creció en sus primeros años por inmigración: en su inmensa mayoría fueron inmigrantes e hijos o nietos de inmigrantes los que, en 1830, juraron la primera Constitución.

    Descendientes en su mayoría de blancos europeos, de negros esclavos, de contingentes tupí-guaraníes llegados al territorio después de la desaparición de las misiones, todos ellos conformaron una sociedad en la cual los grupos de ascendencia indígena fueron progresivamente eliminados o asimilados mediante mestizaje.

    En consecuencia, entre 1726 y 1830 se conformó una población de escasas raíces americanas, que no cesaría de afirmar su carácter de "pueblo trasplantado" y que creció por el juego de cuatro factores:

            Fecundidad, mortalidad, inmigración y emigración.”

 

 

 

    Estos factores conllevan a un deterioro masivo de nuestra estructura social, interrelacionándose entre si, dando como fruto una desmembración nuclear, que si bien obedece a otros factores (económico, político) posee un enorme peso a la hora de valuación. Para apreciar aún mejor el fenómeno emigratorio, se analizará cada uno de estos factores modulantes. Debido entonces a dichos factores, el país va quedando literalmente despoblado y consumido por el proceso a que es sometido.

    Las bajas tasas de fecundidad y las altas esperanzas de vida, más los flujos de inmigración y emigración, constituyen los ejes principales que explican el singular desarrollo demográfico del país. Este, como se ha venido explicando, ha sufrido diversas altas y bajas, acentuándose en los últimos tiempos. Nuestra población ha venido decreciendo abruptamente a consecuencia de los motivos por todos conocidos, y además de lo expuesto líneas arriba. Natalidad y Fecundidad se pueden catalogar de aspectos redundante. Pero si bien es cierto, veremos en el siguiente informe como se fusionan, pero no solo ello, sino la enorme importancia y trascendencia que ambos factores poseen tanto a nivel social, como en el proceso de desarrollo poblacional, y en el concerniente al desmembramiento socio – cultural – económico. El informe expresa lo siguiente:

 

 

    “La información que existe sobre natalidad en la población uruguaya es muy consistente: el Uruguay siempre fue un país de natalidad -más técnicamente, "fecundidad"- muy baja. En términos comparativos, es la más baja de América y una de las más  bajas del mundo.

    Las razones son múltiples y muchas vienen de lejos. En los primeros años, era muy escasa la presencia de mujeres en el territorio.

    La  consolidación de la sociedad ganadera en el siglo XIX impuso la  separación del lugar de residencia de hombres y mujeres, como  correlato casi inevitable de la forma de producción. Pero a la dispersión de la población y la inexistencia de tradiciones agrícolas se agregaba un hecho decisivo: la escasísima influencia  cultural de la Iglesia Católica, ya que ésta sólo adquirió  constitución pastoral efectiva en el territorio durante la segunda mitad del siglo XIX.

    Sobre ese trasfondo productivo y cultural operaron otros elementos,  como la incidencia emigratoria, con más migración de hombres que de  mujeres; la reforma educativa temprana y exitosa, con un énfasis laicista y una visión diferente del rol de las mujeres en la sociedad; el temprano reconocimiento de los derechos civiles de la  mujer y la generalización de ideas favorables al control de la  natalidad y a la constitución de familias pequeñas. También influyó la generalización de la "estrategia" de reducción de la natalidad en  aras de alcanzar otros objetivos familiares, como el mantenimiento del nivel de vida y el mejoramiento de las condiciones de  existencia.

    Se entiende que, en este contexto, las tasas de natalidad del país fueran bajas. Y aún lo son en la actualidad, ya que se ubican en el  orden del 1,7%. Aunque se verifican importantes variaciones según educación, estrato social y zona de residencia, incluso en los  segmentos de mayor fecundidad las tasas de natalidad pueden  considerarse muy bajas, especialmente si se tiene en cuenta que el Uruguay es un país latinoamericano. En rigor, el comportamiento  demográfico parece diferenciar radicalmente al Uruguay de la mayoría  de los países de la región.”

    Como se traduce, la tasa de crecimiento demográfico resulta a todas luces tremendamente baja, debido a lo reseñado en la retrospectiva histórica planteada, en donde diversos hechos se han consolidado. En la actualidad existe cierto paralelismo, pero la baja natalidad se induce a consecuencia del flujo emigratorio especialmente de la franja etaria joven, y que, por lo tanto, es quien determina el equilibrio. Es obvio decir que, como consecuencia directa de ello, nuestra población se encuentra dentro de los márgenes considerados como de “población envejecida”.

    El nivel de mortalidad como veremos seguidamente, no supone un problema como podría pensarse en el marco de una nación tercermundista, caracterizada por el conjunto social predominado por personas mayores. De manera obvia y evidente, tanto la baja natalidad como la baja mortalidad, conllevan a conformar una sociedad envejecida y seriamente dañada en su núcleo central. Nuevamente del Diario El Observador se extraen los siguientes datos:

       “La información disponible también sugiere que, en el caso uruguayo, las tasas de mortalidad tendieron  a parecerse, desde fines del siglo XIX, a las verificadas en los  países más desarrollados: tasas de mortalidad relativamente bajas,  explicadas por una también baja mortalidad infantil -siempre en  términos relativos- y una estructura de causas de mortalidad que registraba un creciente peso de los fallecimientos debidos a  enfermedades degenerativas, resultado del relativo control de las  enfermedades infecciosas.

    Como consecuencia, el país mostró desde comienzos de siglo una alta  esperanza de vida, y aún hoy se ubica entre los países de más alta  expectativa de vida de América Latina, aun cuando ésta no aumentó  tan significativamente como se hubiera esperado.

    Las causas de esta situación son las buenas condiciones de salud derivadas de la  temprana expansión del sistema educativo, de la relativamente  extensa y temprana cobertura del sistema de aguas corrientes en un  país con muy alta proporción de población urbana y de la buena  nutrición asegurada en los primeros años de vida por el alto consumo  de proteínas animales.

    El control temprano de la mortalidad infantil deriva de  relativamente alta proporción de partos atendidos bajo control  médico y de la legislación protectora de la condición maternal.

    También colabora la temprana expansión del sistema de cobertura  sanitaria (pública y de tipo mutual) de la población y el exitoso desarrollo de los programas dirigidos a controlar la expansión de algunas enfermedades infecciosas específicas, como la tuberculosis  en el pasado y las diarreas infecciosas en la actualidad.

    Si en los últimos cuarenta años se registra un ritmo mucho más lento  en la evolución de los principales indicadores -esperanza de vida,  mortalidad infantil-, esto es simplemente el resultado de la crisis  general vivida en el país entre 1956 y 1984. Desde este último año,  nuevamente los indicadores no han dejado de mejorar.”

    Podemos decir entonces, que nuestra esperanza de vida resulta, de manera comparativa con otras naciones, bastante buena salvo claro está, ciertas excepciones que no hacen a la regla. Quiero agregar y compartir con usted, parte de un informe realizado por la CNN sobre el envejecimiento en América Latina, difundido por Internet a fines de Enero del 2004, a fin de redondear este tema. El informe en cuestión se titulaba “Envejecimiento Poblacional en América Latina, será un reto en el 2025”, y comenzaba diciendo que: “Según un nuevo estudio, gracias a los avances médicos de las últimas siete décadas, hacia 2025 los adultos mayores de 60 años representarán un 14 por ciento de la población de América latina y el Caribe, vale decir unos 100 millones de personas, señaló la OPS”

    Lo que me llamó la atención de este informe, es lo referido a Uruguay, y en tal sentido señalaba:

  “La velocidad del envejecimiento varía entre los países. En Uruguay, había en 2000 unas 70 personas mayores por cada 100 individuos menores a 15 años. En 2025, la cifra subiría a 96, la mayor tasa de América latina con la excepción de Cuba, donde la cifra alcanza 164.”

    Reitero, ello obedecerá a los datos indicados en páginas anteriores, teniendo especial importancia el contingente emigratorio, por el cual se hace este libro, y es quien puede revertir de manera sistemática este proceso.

    Se ha visto, se ha profundizado un poco en demasía es cierto, en lo referente a los emigrantes, a quienes formaron y conformaron nuestra nación. Pero (y con ello no quiero ni pretendo auto justificarme) lo hice con el propósito de tener no solo una idea de lo que constituyó el flujo inmigratorio, sino para desde esa perspectiva comprender (es una manera de decir) lo que representa ese mismo tema pero a la inversa. El complejo proceso migración – emigración cuenta en su eje estructural, las mismas esquematizaciones. Quienes vinieron a Uruguay, dejaron en su tierra familia, amigos, querencias, costumbres. Quienes se fueron de Uruguay, dejaron lo mismo, salvo que a nivel social, quienes vinieron pudieron implantar sus costumbres, con lo cual, si se quiere, de alguna manera se pudo aplacar esa sed del retorno, del regreso. Pero, es cierto, no lograron sacar del todo la añoranza por su tierra. A muchos inmigrantes les fue bien, a otros no tanto.

    Nuestra sociedad se construyó gracias al esfuerzo de esa gente, del inmigrante, y se está destruyendo a causa de quienes ven su futuro incierto aquí, y recalan en las tierras de sus padres o abuelos. Es sin duda, ese Circulo Migratorio al cual hacía referencia al comienzo, y que, con seguridad reiteraré más adelante.

    Esta parte finaliza para dar paso, para dar comienzo al tema central que a todos nos preocupa, y por el cual, hoy vemos muchas familias desmembradas, dispersas y por que no, lamentablemente también disueltas como consecuencia de factores diversos, pero con una misma raíz; el desarraigo, el no estar entre su hábitat.

    Diariamente escuchamos que un amigo se nos va, que unos vecinos también lo hacen. Y nuestra mente comienza a trabajar, por que comenzamos a extrañarles. Pero, ¿nos hemos preguntado que sienten ellos? Como dije al principio, de esto trata este libro, y hacia allí vamos.